3
Un lugar desconocido
Lo que parecía una tranquila travesía para poder
visitar el fantástico continente africano, llegó a convertirse para todos los
pasajeros y tripulantes del barco naufragado Ohlepse II en una situación de
extrema supervivencia. Todavía muchos se estaban preguntando cuál fue el motivo
principal de su naufragio. Sus mentes no conseguían encontrar explicación
alguna a qué era aquel extraño fenómeno que presenciaron, aquella gran sombra
con esa niebla repentina que les privó de los rayos de sol por unos instantes.
Parece ser que sólo el capitán sabía de lo que podía tratarse, al manifestar su
estado de alerta nada más contemplar aquella extraña sombra, dando la orden de
evacuar inmediatamente el barco.
Ambos botes se dirigieron a las costas de aquel
lugar desconocido. A medida que se iban acercando, pudieron afirmar que
efectivamente, habían hallado una isla. Parecía relativamente grande, con
selvas frondosas y varias montañas de varios cientos de metros de altitud. Se
quedaron maravillados al contemplar las preciosas aguas azul turquesa que
rodeaba aquel lugar y por el color verde que predominaba en la isla por
doquier, salvo en la cima de las montañas. A muchos les vino a la mente la
palabra “paraíso”.
Por si fueran pocas las adversidades por la que se
estaban atravesando los náufragos, cuando ya estaban cerca de la orilla y a tan
sólo a unos treinta metros de ella, el bote que dirigía el oficial Marcelo
empezó a entrarle agua. Los componentes de aquel bote no le dieron importancia
al principio ya que no paraban de remar a un buen ritmo y veían la playa muy
cerca, pero el agua iba subiendo de nivel a un ritmo vertiginoso. La situación
se volvió preocupante cuando apenas lograban moverse debido al peso total de la
pequeña embarcación. Entonces Wei, el chico de origen chino, comentó algo al
respecto:
—Chicos,
no quiero alarmaros pero, si no vamos sacando agua, no creo que lleguemos a la
orilla.
Al ver que Wei tenía razón, los seis miembros que no
llevaban los remos empezaron a achicar agua del bote. El esfuerzo de todos fue
insuficiente, la cantidad de agua que iba entrando era cada vez mayor. No
lograron saber por dónde entraba tanta agua y el bote empezó a hundirse.
—Señores,
coged vuestras maletas o lo que podáis, ¡nos vamos a pique! —dijo el oficial Marcelo con acento portugués.
—¡Joder!
¡Joder! ¡Mi portátil! —exclamó
el japonés Riku, mientras se
mojaba el estuche que lo portaba.
—¡Déjalo!
Aquí me da la sensación de que no podrás darle mucho uso —dijo Wei, que se lo quitó de las manos
a Riku y lo lanzó con fuerza al mar.
—¡Pero
tío! ¿Qué haces? —dijo Riku llevándose las manos a la cabeza.
—No
llegaras a la orilla si tienes las dos manos ocupadas —le advirtió el chino.
Wei
y Riku eran amigos y ya se conocían antes de subir al barco. Ambos estaban
estudiando juntos la carrera de telecomunicaciones en la ciudad de Madrid y
eran con diferencia, los mejores de su promoción. Wei era un chico nacido en
Shangai de veintidós años y a diferencia de todos los demás náufragos, él
pesaba algunos kilos de más. Disfrutaba comiendo alimentos y aquella acción la
definía como uno de los mayores placeres de esta vida. Físicamente Riku era
todo lo contrario que él. Era un chico muy delgado, nació en Osaka y tenía
veintiún años.
Los
pasajeros del aquel bote tuvieron que dejar que algunas maletas se hundieran y
empezaron a lanzarse al agua. Nadaron con una mano y con la otra llevaron su
maleta con muchas dificultades. Por suerte para algunos, sus maletas flotaban y
pudieron llegar más cómodamente a la orilla. El otro bote llegó sin problemas.
Al llegar, muchos de ellos se tumbaron en la fina y
blanca arena para descansar del esfuerzo realizado. Unos celebraban que por lo
menos habían encontrado tierra, otros se quedaron mirando a su alrededor,
observando aquel lugar en el cual habían naufragado. Tanto los pasajeros como
los empleados del barco, empezaron a sacar todas las
maletas del bote que no se hundió y a dejarlas en la playa. La gente se
preguntaba la una a la otra si sabían el lugar donde se encontraban. No paraban
de mirar sus teléfonos móviles a la espera de algo de cobertura con la que
poder realizar una llamada de socorro, pero no había señal alguna.
Anteriormente, desde el mar pudieron comprobar que desde sus posiciones, no
podían divisarse edificaciones o casas en aquella isla.
Debido a aquellos primeros momentos de incertidumbre
y desesperación, uno de ellos, Ander, se acercó bastante furioso al capitán con
la intención de preguntarle un par de cosas. Pensó que, si alguien debería
saber algo de lo que había ocurrido y el lugar el cual podrían estar, él sería
la persona más indicada.
—Capitán,
¿qué ha pasado? ¿Qué era esa sombra? —le dijo muy seriamente.
El
capitán se mostraba reservado en todo momento y no decía nada a no ser que le
preguntasen. De nuevo, no se mostró muy comunicativo y fue breve en su primera
respuesta.
—No
lo sé...
—¿Por
lo menos sabrás dónde nos encontramos? —le volvió a preguntar él, mientras empezaba a
mostrarse algo furioso.
—No
lo sé, de verdad. Perdí la comunicación con tierra media hora antes de que
pasara todo y como ya he dicho antes, di el aviso de socorro antes del
naufragio. Debemos de estar en algún lugar del Atlántico, cerca del ecuador,
supongo.
—¡Todo
esto es culpa tuya! —siguió
hablando Ander—. Seguro que no tienes ni licencia de
capitán o lo que sea que tengáis los capitanes.
—Sí
la tengo, te lo puedo asegurar. Además, tengo mucha experiencia en mi profesión.
—¡Pero
qué experiencia! ¿Qué tienes dieciocho años?
—No, tengo veinte —respondió el capitán,
mostrando una sonrisa irónica.
—Pues ya me dirás de dónde
has sacado el tiempo para tener tanta experiencia, porque eres demasiado joven
para ser el capitán de cualquier barco.
—Pues la tengo y te aseguro
que soy muy bueno en mi trabajo.
Después de
aquella respuesta, Ander caminó los dos metros que les distanciaban para
agarrarle del cuello de la camisa, pero los demás actuaron y lograron detenerlo
antes de que llegase a más. El que cogió a Ander de la cintura para separarlo
fue Marc y comentó:
—Señores,
calmaros. Lo que ha pasado, pasado está y no se puede hacer nada. Personalmente
pienso que no creo que haya sido un error humano, ¿no habéis visto lo que ha
pasado antes de hundirnos? Todo es muy extraño... —tras una breve pausa le preguntó al capitán—:
¿por qué hemos naufragado?
—No lo sé —contestó de nuevo Joao,
cabizbajo y sin añadir nada más.
—Este tío no tiene ni idea de nada.
¿No veis que es un pobre chaval sin experiencia? —preguntó retóricamente Ander.
Nadie dijo nada
más y muchos seguían mirando al joven capitán como el único culpable de todo.
Todos parecían tener la mente un poco ida, estaban un poco aturdidos debido a
la delicada situación en la que se encontraban. Casi nadie sabía que hacer en
aquellos momentos. No habían asimilado todavía lo que habían vivido hace unos
minutos y tampoco sabían lo qué podrían encontrarse en aquel lugar.
La noche se
acercaba deprisa y decidieron que lo mejor era ver si había alguna persona en
aquella isla para que les prestase su ayuda. Sin más tiempo que perder, los
dieciséis náufragos se juntaron en una especie de circulo y el primero que se
adelantó en hablar fue Álvaro.
Por lo que
pudieron observar todos en las comidas y cenas en las que convivieron
anteriormente, Álvaro era una persona que poseía una gran mundología. No era
una persona demasiado culta ni había terminado una carrera en la universidad
pero las difíciles situaciones por las que había pasado en su vida le habían convertido un hombre fuerte y había adquirido una gran experiencia en la vida. Todo
ello le convertía, inconscientemente para todos, en una especie de líder. Se
mostraba gentil ante los demás, tenaz en sus pensamientos pero flexible a la
hora de escuchar a los demás. Vivía en Madrid y formaba parte de la plantilla
de recursos humanos en una conocida empresa textil de la capital. A simple
vista, parecía un hombre solitario pero parecía que eso no le impedía ser una
persona feliz. Físicamente era delgado, con el pelo blanco y corto, haciendo
juego con su barba de una semana y a diferencia del resto, era el único que
necesitaba utilizar gafas.
—No sabemos dónde estamos ni
lo que nos podemos encontrar aquí, pero si permanecemos juntos, será más fácil
salir adelante —aconsejó
Álvaro.
—Sí será mejor. Este lugar no
me gusta nada, está todo demasiado tranquilo —dijo el estadounidense Daniel, que no soltó la mano de su novia
Elizabeth en ningún momento desde que llegaron a la isla.
—Antes de que anochezca, yo voy
a dar un rodeo por la isla. Si
alguien quiere acompañarme, será bienvenido —volvió a hablar Álvaro.
—Yo iré contigo —dijo Marcelo convencido.
—Y yo —dijo Marco, el italiano y cocinero del
barco naufragado.
—Bien, pues en tres minutos
salimos.
En aquel momento
Juan Carlos cogió una linterna de su mochila y se la dio a Álvaro justo antes
de decirle:
—Tened cuidado, no sabemos lo
que os podéis encontrar más adentro. A estas alturas de la tarde y con menos
luz, es mejor que marchéis por la orilla e intentéis buscar algo.
—Eso había pensado. Si nos
adentramos en la selva puede que no sepamos regresar. Llevaré mi teléfono móvil
y buscaré alguna señal de cobertura. Si no conseguimos nada hoy, mañana lo
intentaremos adentrándonos en la selva y buscando por otros lugares.
Ya estaban
listas las tres personas que iban a llevar a cabo la primera exploración de
aquel lugar desconocido. Lo más sensato era buscar un sitio alto para tener una
vista lo más extensa posible del lugar, pero la luz del sol de aquel día se iba
apagando y no se arriesgaron a adentrarse en la selva. Empezaron entonces a
andar por la orilla de la playa y el grupo les perdió de vista pronto.
Mientras tanto,
los demás intentaron buscar el lugar más idóneo donde poder pasar la noche. La
playa donde se encontraban parecía el sitio más seguro para establecer un
primer campamento provisional hasta que encontrasen un lugar mejor. De este
modo, entre palmeras y árboles de diferentes especies, decidieron instalarse
con lo poco que tenían en aquel momento. Unos intentaron buscar alimento cerca
del lugar de donde se encontraban y buscaron leña seca para poder hacer una
hoguera o varias, en el caso de que se quedasen esa noche en aquel lugar, cosa
que parecía bastante probable. Otros seguían intentado comunicarse con sus
teléfonos móviles, pero desafortunadamente continuaban sin tener señal y las
baterías se iban desgastando cada vez más.
Pasaron un par
de horas hasta que se hizo totalmente de noche, momento en el que volvieron los
tres aventureros. La mayoría de los náufragos acudieron a su llegada a la
espera de buenas noticias, pero no fue el caso.
—No hemos encontrado nada, lo
sentimos —dijo Álvaro
con voz cansada—. No
hemos visto más que playa y más selva por allí. Por lo menos, es lo que hemos
podido observar a una hora de aquí. Puede que más lejos haya algo interesante.
—Habéis hecho lo que habéis
podido —dijo Daniel—. No nos queda más remedio
que pasar la noche aquí y salir mañana temprano para ver si tenemos más suerte.
Intentaremos buscar algún punto más alto para tener una mejor perspectiva del
lugar y ver si conseguimos algo de cobertura —opinó finalmente.
—Pero, ¿qué estáis diciendo?
Van a venir a rescatarnos, ¿no? —preguntó
Ander, girando la cabeza hacia atrás y mirando al capitán que se encontraba sentado
bajo una palmera con la cabeza puesta en ella.
El capitán no
respondió y decidieron todos ir hacia donde él estaba. Inquietos y nerviosos,
parecía que todos coincidían que aquel momento era el más idóneo para hacer de
nuevo una pequeña reunión y volver a preguntarle al capitán varias cosas más.
Todos se acercaron hasta el senegalés y lo rodearon. El primero que habló, fue
Álvaro:
—Vamos a ver Joao... Es el
momento de responder a unas cuantas preguntas porque las personas que estamos
aquí estamos empezando a ponernos nerviosos. ¿Tienes idea de dónde nos
encontramos?
—Como he dicho a
aquel individúo —dijo señalando a Ander—, no lo sé exactamente porque perdí la
señal con tierra media hora antes de lo ocurrido. Estaremos en algún lugar del
Atlántico.
—¿Me estás diciendo que no
tienes ni idea de dónde estamos? Por lo menos, vendrán a rescatarnos, ¿no? —volvió a preguntar Álvaro.
—Sí, ya os he dicho que di el
aviso de socorro antes de evacuar el barco. Dije que empezaba a tener problemas
con los instrumentos de navegación y que ordenasen un plan de rescate en el
caso de que no llegásemos a Dakar.
A pesar de esta
noticia relativamente positiva, casi nadie se mostró aliviado ya que muchos no
creían las palabras que pronunciaba aquel chaval.
—¿Un plan de rescate? Pero,
¡si no saben dónde estamos! —dijo
Ander que empezaba a ponerse algo agresivo y agregó—: Además, nos tendrían que buscar desde
donde tuviste la última comunicación hasta...
Antes de que
Ander dijese más palabras, Marc cogió a Ander del brazo y lo llevó lejos del
grupo para decirle unas palabras en privado. Una vez apartado del grupo le dijo
en voz baja:
—Colega, nos conviene
mantener alguna esperanza en el grupo. Ambos sabemos que parece un rescate
difícil, pero hay que mantenerla.
—Lo siento, es que el capitán éste de pacotilla me saca de mis casillas, no me da buena espina este tío. No
soy racista, pero este negro me empieza a caer mal.
Ambos volvieron
al grupo y siguieron conversando.
—Recemos para que en esta
supuesta isla haya otras personas y algún medio de comunicación —dijo Ander—. O mejor dicho, reza tú para que
haya —dijo finalmente
señalando al capitán Joao.
—Tranquilos —intervino Daniel—. En el caso que no haya nadie en la
isla, seguro que estamos cerca de alguna ruta turística o comercial, nos podrán
ver y rescatar.
Todos se miraron
y se creó un tenso silencio de unos cinco segundos. No les quedaba otra opción
que tomar una serie de decisiones entre todos para seguir adelante en aquel
lugar. El que siguió hablando fue Álvaro, que empezó a ejercer su condición de
líder:
—Está bien. No tenemos otra
opción que pasar la noche aquí. Haremos lo que se suele hacer en los casos de
naufragios. Intentaremos hacer tres hogueras en forma de triángulo para que si
pasa alguna avioneta o helicóptero por nuestra posición, sepan que necesitamos
ayuda. De paso así podremos ahuyentar a los animales que pueda haber en la
selva. Teniendo en cuenta que estamos en un lugar totalmente desconocido por
todos nosotros, lo más sensato es que hagamos turnos de guardia de dos
personas, por si ocurriera algo extraño.
—Vale, yo haré el primer
turno —dijo Marc,
sabiendo que si en una estancia de lujo no lograba descansar, en aquel lugar,
menos todavía.
—Yo te acompaño —dijo enseguida Nico.
—No, tú mejor descansa —le ordenó su padre.
—Yo haré el turno contigo —dijo Julia y aclaró—: yo no estoy cansada y tu padre
tiene razón, Nico —dijo finalmente dirigiéndose a éste último.
Todos se miraron
y no pusieron objeción alguna. De este modo, es como poco a poco se iban
organizando en las primeras y difíciles horas en aquel lugar. Gracias a los
mecheros que llevaban algunos de ellos, lograron hacer las hogueras sin
dificultad. Finalmente, se hizo de noche.
Mediante los
pocos recursos que tenían a su alcance, se habían hecho cada uno, o cada
pareja, su “cama” lo más confortable posible. Para muchos no era una prioridad
dormir ya que tenían claro que les iba a resultar complicado conseguirlo
aquella primera noche. Sólo unos pocos probaron bocado de la poca comida que
lograron traer en el interior de sus maletas.
Tal y como
acordaron, Marc y Julia hicieron la primera guardia. Se sentaron sobre un
grueso tronco que llevaron entre varios hasta aquel lugar y vigilaron al grupo.
La noche se
inició tranquila. A pesar de que la temperatura nocturna en aquella parte del
planeta era agradable, la elevada humedad provocaba que muchos de ellos
tuvieran que ponerse encima algo más que una simple camiseta o camisa. El
hipnótico sonido de las olas del mar acompañaba a los zumbidos producidos por
los pequeños insectos del lugar y las numerosas estrellas fulgurantes se
asociaban con una gran la luna llena que iluminaban tenuemente aquella isla. Se
quedaron impresionados y a la vez encandilados al contemplar la belleza que les
ofrecía aquel lugar pero contrastaba con los posibles peligros que podría
contener en su interior.
Julia no perdía
de vista a su hija en ningún momento. Iris dormía bajo un árbol cerca de ellos
junto a Nico. Las pocas horas que había convivido con Marc, fueron suficientes
para que tuviera algo de confianza para preguntarle más cosas sobre su vida
privada y empezaron a conversar.
—Bonita noche... —opinó Julia
mientras divisaba el cielo.
—Una pena que haya tantos mosquitos
—dijo Marc mientras mataba a uno de ellos golpeándose el cuello.
—Sí, son un fastidio. ¿Te has dado
cuenta de la cantidad de estrellas que se ven en este lugar?
—Sí, es increíble. Desde la ciudad
no es posible observar tantas. ¿Y qué me dices de la luna? Aquí parece más
grande de lo normal, como si estuviera más cerca de nosotros.
—Es preciosa —dijo observándola.
Tras esta última contestación ambos
estuvieron alrededor de diez segundos sin comentar nada hasta que Marc dijo:
—Conque no estás cansada...
—De verdad que no —dijo Julia algo
ruborizada.
—Si querías estar a solas conmigo,
no tenias más que decírmelo —bromeó y ambos sonrieron.
—Míralo, qué creído él. Bueno, ahora
que estamos solos dime, ¿por qué no ha venido tu mujer con vosotros? Veo que
llevas el anillo.
—¡Ah! Conque de repente estoy en un
interrogatorio, muy bonito... —ambos volvieron a sonreír.
—Vamos, si no te importa hablar de
ello...
Marc se puso serio para hablar del
tema. No le importaba hablar de ello pero apenas conocía a aquella mujer para
contarle cosas tan íntimas. Optó por contarle lo básico y sin entrar en
demasiados detalles.
—Mi mujer falleció hace algo más de
un mes. Tuvo un extraño accidente de tráfico y todavía no está claro lo que
ocurrió realmente. ¿Y tu marido? Veo que también llevas el anillo...
Ella sí que respondió accediendo a
contarle algún detalle más.
—Seguramente me separe de él. Desde
que nos casamos, ha tenido el mal vicio de jugarse nuestros ahorros en partidas
de póker a mis espaldas. Lo peor de todo es que me mintió hasta el último
momento antes de salir de Valencia y puede que me esté engañando con otra
mujer. Pero tampoco quiero hablar mucho del tema ya que pretendo olvidarlo.
Marc notó que Julia necesitaba
desahogarse y contarle a alguien por lo que estaba pasando. No obstante, no
dijo nada más y ambos se pusieron serios. Entendieron en ese momento que no era
buena idea hablar todavía de sus vidas privadas porque los hechos eran todavía
muy recientes. Empezaron entonces a charlar sobre otros temas durante alrededor
de una hora cuando, Joao se levantó de donde estaba descansado y
mirándoles, hizo un gesto inequívoco de que tenía que ir a hacer sus
necesidades. El joven capitán se adentró en la selva con la ayuda de una
pequeña linterna.
Marc y Julia
seguían conversando y después de unos minutos, Álvaro se levantó de su lugar de
descanso, se acercó a ellos para hacer el relevo de vigilancia a Julia y les
dijo:
—Llegó mi turno, ¿dónde está
Joao?
—A ido a hacer sus
necesidades —contestó
ella.
—¿Y cuánto tiempo lleva en la
selva? —preguntó con
preocupación Álvaro.
Julia y Marc se
miraron con cara de preocupación y él le contestó:
—Pues llevará unos veinte
minutos.
—¿Por qué habéis permitido
que se adentrara solo en la selva?
Julia y Marc se
levantaron rápidamente y junto con Álvaro, fueron al lugar por el cual Joao se
adentró y los tres empezaron a gritar su nombre:
—¿Joao?...
¿Joao?... —Los tres
alzaron la voz para ver si les oía pero no hubo respuesta alguna. En ese
momento, los pocos que lograron dormir en aquel improvisado campamento se
despertaron al escuchar los gritos.
—¿Joao?... —Decidieron gritar más fuerte al ver que
ya nadie dormía.
Continuaba sin
haber respuesta del capitán. La mayoría de personas decidieron levantarse y se
acercaron a preguntar qué era lo que estaba ocurriendo. Otros, como Ander,
decidieron seguir tumbados.
—¿Qué ocurre? —preguntó Daniel.
—Joao se ha adentrado en la
selva a hacer sus necesidades por allí. —dijo Álvaro señalando a la selva—. Ya hace más de veinte minutos de eso
y todavía no ha vuelto.
—Habrá huido, el perro —dijo Ander en voz alta, con
los ojos cerrados y esto último de manera despectiva.
—Pero que dices. ¿Adónde se
va a marchar, en mitad de la noche y en un lugar como este? —preguntó Daniel de forma retórica—. No es posible porque sus cosas
están aquí —dijo finalmente, señalando a su maleta.
Sin más tiempo
que perder, Álvaro cogió su linterna y dijo:
—¡Voy a buscarlo! —exclamó mientras Marcelo fue
tras él con la intención de acompañarle.
—¡Estás loco! No conoces nada
de lo que puede haber por la selva y además, te puedes perder fácilmente —opinó Daniel.
—Caminaré en círculo y
volveré en diez minutos, si sigue ahí no debe de estar muy lejos.
—Tened cuidado —aconsejó Julia.
A pesar de los
posibles peligros que podría haber en una selva y que desconocían, no les
convencieron y Álvaro, junto con Marcelo, se adentraron en ella. Mientras iban
entrando, siguieron gritando el nombre del capitán.
Casi todos
permanecieron de pie en el lugar donde se adentraron para esperarles.
Desde allí, podían escuchar cómo
iban gritando el nombre de Joao y lograban ver la luz de sus linternas a pesar
de la espesa vegetación, pero de repente, no lograron ni escucharles, ni
conseguían ver las luces. Empezaron a ponerse nerviosos ante lo que podría
haberles pasado. Desconocían totalmente lo que podrían encontrarse en el interior
de la selva, los peligros que podrían haber para ellos. Pasaron así diez largos
y angustiosos minutos sin tener noticias de ellos hasta que de nuevo, volvieron
a ver la luz de sus linternas. Álvaro y Marcelo aparecieron por el mismo lugar
de donde se adentraron. No lograron encontrarlo. El joven capitán había
desaparecido.
No te pierdas el próximo capítulo - 4 - El primer día, la primera víctima
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