domingo, 16 de septiembre de 2012

CAPÍTULO 1 - EL TURNO DE LA DESOLACIÓN


Capítulo 1

El turno de la desolación



La brisa del mar le provocó un nuevo escalofrío. Él permanecía allí, sedente en la fina arena mojada y manteniéndose impasible ante la violenta tormenta que ya le había empapado por completo. En aquel nostálgico momento, su inexpresable mirada permanecía inmóvil y perdida en el lejano confín, ligeramente hipnotizado y cautivado por la delgada línea que separaba el cielo nublado del inmenso mar. Su actual estado anímico le impulsó a salir de las cuatro paredes de su lujoso apartamento y quedarse allí, imperturbable ante cualquier inoportuna inclemencia, pues parecía que no existía nada que le pudiera molestar, nada que le pudiese dañar, porque su interior ya estaba herido.
Así es como Marc recibió el amanecer de un nuevo día en la cálida ciudad brasileña de Natal. Era el séptimo día de la primera parte de sus vacaciones y las de su hijo Nicolás. La tormenta seguía descargando con fuerza y ni siquiera se inmutó cuando sus rayos impetuosos se le acercaban. De repente, una mano se posó sobre su hombro mojado. Llegó su hijo y antes de que dijese palabra alguna, no dudó en extenderle una pequeña manta por la espalda para protegerle de la humedad. Posteriormente le dijo:
No podías dormir, ¿verdad?
A pesar de la llegada de Nico, todavía permaneció inmóvil, con la cabeza erguida y la mirada fija en el mar. Pasados unos cinco segundos de silencio, que invirtió para tragar saliva y poder así expresarse con normalidad, le contestó:
—Por lo que veo tú tampoco. Deberías descansar, hoy nos espera un largo viaje.
Vale, pero déjame acompañarte antes.
Nico se sentó al lado de su padre. Tampoco le importaba el aguacero que caía en aquel instante pues notó que necesitaba su compañía en aquel momento de decaimiento como éste y se acercó hasta su posición para poder estar junto a él. Los dos permanecieron allí sentados bajo la tormenta. Las saladas lágrimas de ambos se mezclaban con las templadas gotas de lluvia y su silencio transmitía más desolación que mil palabras del relato más triste jamás escrito. En aquellos momentos difíciles era cuando más se necesitaban mutuamente y Marc se sentía mejor con el simple hecho de la cercana presencia de su hijo.
Tras cinco largos y melancólicos minutos, Nico se levantó con la intención de entrar al apartamento y aconsejó a su padre:
Deberías entrar tú también. El viaje se nos va a hacer largo a los dos.
Nico se fue alejando del lugar y entró al bloque de apartamentos. La manta que le llevó a su padre no tardó en mojarse por completo. Marc decidió no esperar más, se levantó y fue tras él.
Rendido de sueño, Marc entró en su dormitorio. Se quitó la ropa empapada, se puso el pijama, se secó el pelo mojado con una toalla, programó el despertador y se tumbó en su confortable cama. Una noche más, intentó descansar lo máximo posible pues, conciliar el sueño este último mes se había convertido en una auténtica proeza para él. Por suerte, esta vez no tardó en dormirse.
Se desveló antes de que le avisase el despertador. Todavía acostado, se giró de lado en la cama y de nuevo, quedó vencido por su desolación, volviendo a romper a llorar al ver que a su lado ya no dormía su mujer, recientemente fallecida. No podía soportar la idea de que ya no iba a despertarse jamás con sus enérgicos besos ni iba a contemplar nunca más su dulce sonrisa y sus preciosos ojos azules.
Este era el motivo principal de aquellas vacaciones; ambos necesitaban cambiar radicalmente la rutina diaria para intentar sentirse algo mejor tras aquella terrible pérdida para ambos. Pasar el tiempo en el trabajo, en el instituto o en casa, significaba pensar en cada minuto y en cada segundo en ella. Experimentaron por primera vez en sus vidas el miedo y el dolor que supone el gran cambio a corto plazo tras perder a un familiar cercano. Unas vidas trastocadas repentinamente por el impredecible y caprichoso destino. Estando en aquel fantástico lugar, Marc pensó que lograrían evadirse de la tristeza, pero era inevitable dejar de pensar en ella. Lógicamente, a pesar de haber estado siete largos días en un lugar paradisíaco junto a su hijo y disfrutando de todo lo que aquel fantástico sitio le ofrecía, no lograba conseguirlo. Sólo había pasado un mes desde que falleció y para él, como para muchos, era poco tiempo para pasar página.
Marc intentó hacer una vida normal pero le fue imposible. Tenía muy claro que era la mujer de su vida. Con ella tenía un cien por cien de complicidad y pensaba que si existiese una vida eterna, ella sería sin duda la persona elegida por él para compartirla. Era como empezar una nueva vida muy diferente, muy distinta a la idea que vaticinaba en su mente para conseguir que su vida fuese feliz, plena y satisfactoria.
Él era muy perfeccionista y persuasivo; si un camino se empezaba a torcer, no cedía ante nada para que volviera a encauzarse. Su familia y amigos se sentían afortunados de tenerle en sus vidas porque era un hombre muy hilarante; les transmitía alegría y ganas de vivir. Además, llegó a ser una persona tremendamente optimista y luchadora; hacía que cualquier persona de su alrededor se contagiara gracias a su fantástica actitud. Pero su carácter cambió repentinamente tras aquel triste suceso. Sin darse cuenta, empezó a creer que el mundo estaba en su contra y no paraba de pensar en lo injusta que era la vida. Su autoestima había bajado a valores preocupantes, ya no tenía confianza en sí mismo y comenzó a comportarse como una persona taciturna.
Marc decidió levantarse de la cama. Se quitó de encima la sábana empapada en sudor que había dejado durante las pocas horas que había conseguido dormir y se acercó a la ventana cuyo doble cristal seguía mojado. Miró a través de ella y observó que la tormenta ya había pasado. Había dejado a su paso gran cantidad de lluvia, equiparable a las lágrimas derramadas por él desde el mismo día su pérdida. El radiante sol ya secaba los considerables charcos al igual que él hacía lo mismo con sus lágrimas. Apagó el despertador que iba a sonar en cinco minutos e inconscientemente, volvió a tumbarse en la cama.
Ahora pensaba en su hijo Nico. Sabía que necesitaba y mucho, su inestimable compañía. Él era la persona más importante en su vida. Necesitaba su cariño y ahora más que nunca en estos momentos tan difíciles que ambos estaban viviendo. Este último mes había sido tanto para su hijo como para él, el peor de su vida. Era incapaz de centrarse en los estudios y su padre decidió llevárselo con él de vacaciones para que intentase estar lo mejor posible.
Nicolás era un chaval de quince años y era moreno como sus padres. Siempre llevaba el pelo corto y en algunos rasgos como la nariz, la barbilla y los ojos azules, se parecía más a su madre que a su padre. En la constitución física atlética se asemejaba más a su padre. Ambos median alrededor de 1,75 metros y seguro que Nico le superaría en este aspecto ya que le quedaban todavía algunos años de crecimiento. Ambos eran agraciados físicamente, apuestos, guapos y atractivos. Marc tenía treinta y cuatro años y desde que su hijo nació, mantuvo el mismo aspecto: pelo liso y largo hasta la nuca y con una barba mantenida de tres días. Contrariamente a su padre, Nico demostró una gran fortaleza interna y demostró una increíble madurez.
Antes de que Marc fuese al dormitorio de su hijo para despertarlo, Nico se adelantó y llegó antes al suyo. Pudo ver a su padre tendido en la cama boca arriba y muy pensativo. Observó que como él, también había empapado las sábanas de sudor y accedió a preguntarle preocupado:
—¿Has podido descansar?
Su padre dejó de mirar el techo del dormitorio y dirigió la mirada hacia él, contestándole:
Sí, la lluvia me ha relajado. ¿Y tú que tal?
Mientras Marc decía esas palabras, Nico se tumbó al lado de su padre.
Yo también he conseguido descansar algo, ¿a qué lugar de este planeta tengo que llevarte para que logres dormir una noche entera? —le preguntó finalmente Nico, sonriendo e intentado animar a su padre en aquellos primeros minutos de la mañana.
Si en este lugar paradisíaco no lo consigo, ya me dirás tú dónde... —dijo lamentándose.
Este era otro momento en el que Nico notaba que su padre necesitaba su ayuda. Cada vez que su padre mostraba efectos de abatimiento, él intentaba animarle sin cesar hasta que se alejase de los pensamientos pesimistas. Sabía perfectamente la clase de persona que era su padre. Estaba convencido de que el cambio en su carácter era pasajero y que con su ayuda, pronto volvería a ser esa persona idolatrada por él.
—Ya verás como sí podrás conseguirlo.
Tan sólo unas pocas palabras de ánimo fueron suficientes para que Marc se sintiese mejor e incluso bromeara con él.
¡Vamos Nico! Hay que levantarse que hoy nos espera un largo viaje y no querrás perderte a los animalitos de África, ¿verdad? —le dijo mientras giró la cabeza para mirarle a los ojos.
Ambos sonrieron.
Bastante animales veo ya en mi instituto —bromeó.
Ambos volvieron a sonreír.
Nos irá bien estar unos días en África y ver de cerca animales salvajes. Tú siempre has estado metido en la capital y el único árbol que conoces tiene tres luces: rojo, ámbar y verde. Venga, levántate y prepárate que después de comer nos espera el crucero.
Después de esta agradable charla matutina, Marc se animó y tomó la iniciativa de levantarse de la cama. Ambos se asearon, desayunaron y se prepararon para abandonar el apartamento; recogiendo sus respectivas pertenencias y haciendo sus maletas.
Una vez los dos estuvieron listos para marcharse, cerraron la puerta de su provisional y lujoso alojamiento de una semana y bajaron a la planta baja. Una vez allí, le dieron las llaves al simpático portero y se despidieron de él. Al salir del bloque de apartamentos, fuera les esperaba un taxi del lugar que les llevaría al puerto marítimo donde allí mismo comerían antes de tomar el barco.
Nada más llegar, buscaron un restaurante cercano a aquella zona que le gustase a Nicolás. Éste eligió una pizzería y rápidamente se sentaron en una mesa de la terraza, miraron la carta y pidieron sus pizzas preferidas. No tardaron más de diez minutos en terminar de degustar ese preciado manjar para ellos. La última noche no probaron bocado debido a sus estados de ánimo y aquel mediodía se saciaron bien. Seguidamente, tomaron el postre, pagaron y decidieron dar un paseo antes de subir al barco para bajar la comida y hacer tiempo hasta la hora del embarque.
Estuvieron paseando por la zona del puerto pesquero y visitando alguna de las tiendas de souvenir del lugar. A falta de una hora para que el barco zarpase, decidieron ir a buscarlo. En ese momento, Marc sacó los billetes y leyó en voz alta su nombre:
—Nico, hay que buscar un crucero con nombre: Ohlepse II. Aquí pone que está en el muelle once.
—Que nombre más raro —opinó.
Ambos buscaron la embarcación por todo el muelle pero para sorpresa de ambos, no había forma de encontrarlo. Con cierto nivel de preocupación, decidieron ir a una oficina de información y venta de billetes del puerto marítimo para preguntar por él. Una vez allí, tuvieron que hacer quince minutos de cola, hasta que les llegó el turno.
—Buenas tardes, ¿habla español?
—Sí, señor.
Por favor, ¿un crucero llamado Ohlepse II con destino Dakar?
La chica que trabajaba en ese momento en información, estuvo mirando un par de minutos la lista de salidas de las embarcaciones. Finalmente, le dijo a Marc con acento portugués:
Señor, no hay ningún barco con el nombre Ohlepse II, ni siquiera tengo constancia de que hoy salga un barco a África.
Marc y Nico se sintieron muy preocupados ante tal información. Ahora habló Nico y le preguntó a la chica que les atendía:
—¿Está segura? ¿Ha mirado bien?
—Sí claro, ¿y ustedes están seguros de que hoy es el día del embarque?
Marc sacó los billetes, los miró de nuevo y se los enseñó a la chica, diciéndole:
—Mire, estos son los billetes. La fecha de salida coincide con el día de hoy. He ido al muelle que está escrito en ellos, pero el barco no se encuentra allí —dijo Marc algo nervioso.
—Lo siento señor, pero no puedo ayudarle. Vaya de nuevo al muelle descrito y pregunte por la zona. El siguiente por favor.
Esta bien, seguiremos buscando. Gracias de todos modos.
Ambos se dirigieron al muelle una vez más y mientras, comentaron aquel incidente:
¿Cómo es posible que no tengan registrado el barco en información? preguntó Nico.
Espero que sea un error y lo encontremos —dijo preocupado.
Los dos empezaron a buscar el barco de nuevo. Miraron por todos los puntos de embarque e incluso por otros muelles y preguntaron a la gente que encontraban a su paso si lo habían visto o lo conocían, pero no obtuvieron respuesta positiva alguna. Tras veinte minutos de nerviosismo e incertidumbre, su búsqueda fue satisfactoria y lograron encontrarlo. El barco no se encontraba en el muelle mostrado en los billetes de embarque.
—¡Ahí está, el Ohlepse II! dijo Nico señalando al barco.
—Sí, ese debe de ser —dijo Marc resoplando, exteriorizando su alivio—. Que pequeño es... —opinó finalmente para su asombro.
Ambos quedaron decepcionados ante aquel barco ya que se esperaban una embarcación más considerable. En los folletos de información de la agencia de viajes, mostraba claramente que en esta segunda parte de las vacaciones la iban a realizar a través de un crucero y se esperaron algo de más calidad. No obstante, se alegraron porque de este modo, sabían que no habría muchos pasajeros a bordo, teniendo la oportunidad de realizar un viaje más tranquilo y relajado.
Aquella era una embarcación con velas y con motores complementarios. En su interior albergaba un total de treinta camarotes de los cuales la mitad, eran individuales. Mientras se iban acercando hasta él, pudieron observar cómo la bandera brasileña ondeaba tanto en la parte de proa como en la popa y el nombre de aquel barco escrito en color rojo en el casco, Ohlepse II, encima de cuatro letras del alfabeto griego: εερμ. Aquellos caracteres y símbolos les llamaron la atención porque se percataron que su pintura brillaba como si las hubiesen pintado ese mismo día, pero no le dieron importancia. Al llegar hasta él, observaron que algunas personas ya estaban subiendo al barco y saludaban a la entrada a un hombre uniformado. Otras, ya habían subido y esperaban en la cubierta. Aquel hombre portaba una lista en sus manos con los pasajeros y los iba marcando con una pluma conforme iban subiendo.
Marc y Nico llegaron a la entrada del barco. Aquel hombre les ofreció la mano para saludarles y les dijo:
—“Boas tardes”.
Marc asintió con la cabeza dando las gracias por el saludo, le estrecharon la mano y sonriendo le dijo:
—Marc y Nicolás Oliver.
El oficial marcó sus nombres y les volvió a hablar:
—Bienvenidos al Ohlepse II. Soy el primer oficial. —les dijo tras comprobar cual era sus nacionalidades.
Con las maletas en la mano, subieron al barco y esperaron en cubierta hasta nueva orden para ocupar su camarote. Mientras tanto, iban viendo a las pocas personas que faltaban por embarcar cómo subían al barco y pudieron observar que sus pasajeros era gente de diferentes nacionalidades. A pesar de que el barco disponía de treinta camarotes, no tuvieron la sensación de que allí hubiese subido tanta gente.
Mientras los pasajeros y la tripulación del barco iban llegando, ocurrió un hecho inesperado y que pronto les podría traer ciertos problemas: un buceador, un hombre desconocido consiguió subir al barco sin que nadie lo viese. Entró sigilosamente y con la ayuda de un pequeño plano, se ocultó entre las bodegas.

Todo y todos estaban listos para comenzar aquella travesía. Sin mas demora, sonó la bocina del Ohlepse II y comenzaron a navegar. Un total de diecisiete personas, entre tripulación, pasajeros y aquel hombre infiltrado, fueron los componentes que embarcaron en aquel misterioso barco con destino África.


¿Por qué el misterioso barco no está registrado en información?
¿Qué significaran esas letras griegas que parece ser que están recién pintadas?
También el nombre del barco está recién pintado, ¿Tendrá algún significado el nombre "Ohlepse II"?

No te pierdas el próximo capítulo.

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