Capítulo 1
El turno de la desolación
La brisa del mar
le provocó un nuevo escalofrío. Él permanecía allí, sedente en la fina arena
mojada y manteniéndose impasible ante la violenta tormenta que ya le había
empapado por completo. En aquel nostálgico momento, su inexpresable mirada
permanecía inmóvil y perdida en el lejano confín, ligeramente hipnotizado y
cautivado por la delgada línea que separaba el cielo nublado del inmenso mar.
Su actual estado anímico le impulsó a salir de las cuatro paredes de su lujoso
apartamento y quedarse allí, imperturbable ante cualquier inoportuna
inclemencia, pues parecía que no existía nada que le pudiera molestar, nada que
le pudiese dañar, porque su interior ya estaba herido.
Así es como Marc
recibió el amanecer de un nuevo día en la cálida ciudad brasileña de Natal. Era
el séptimo día de la primera parte de sus vacaciones y las de su hijo Nicolás.
La tormenta seguía descargando con fuerza y ni siquiera se inmutó cuando sus
rayos impetuosos se le acercaban. De repente, una mano se posó sobre su hombro
mojado. Llegó su hijo y antes de que dijese palabra alguna, no dudó en
extenderle una pequeña manta por la espalda para protegerle de la humedad.
Posteriormente le dijo:
—No podías dormir, ¿verdad?
A pesar de la
llegada de Nico, todavía permaneció inmóvil, con la cabeza erguida y la mirada
fija en el mar. Pasados unos cinco segundos de silencio, que invirtió para
tragar saliva y poder así expresarse con normalidad, le contestó:
—Por lo que veo
tú tampoco. Deberías descansar, hoy nos espera un largo viaje.
—Vale, pero déjame
acompañarte antes.
Nico se sentó al
lado de su padre. Tampoco le importaba el aguacero que caía en aquel instante
pues notó que necesitaba su compañía en aquel momento de decaimiento como éste
y se acercó hasta su posición para poder estar junto a él. Los dos
permanecieron allí sentados bajo la tormenta. Las saladas lágrimas de ambos se
mezclaban con las templadas gotas de lluvia y su silencio transmitía más
desolación que mil palabras del relato más triste jamás escrito. En aquellos
momentos difíciles era cuando más se necesitaban mutuamente y Marc se sentía
mejor con el simple hecho de la cercana presencia de su hijo.
Tras cinco
largos y melancólicos minutos, Nico se levantó con la intención de entrar al
apartamento y aconsejó a su padre:
—Deberías entrar tú también.
El viaje se nos va a hacer largo a los dos.
Nico se fue
alejando del lugar y entró al bloque de apartamentos. La manta que le llevó a
su padre no tardó en mojarse por completo. Marc decidió no esperar más, se
levantó y fue tras él.
Rendido de
sueño, Marc entró en su dormitorio. Se quitó la ropa empapada, se puso el
pijama, se secó el pelo mojado con una toalla, programó el despertador y se
tumbó en su confortable cama. Una noche más, intentó descansar lo máximo
posible pues, conciliar el sueño este último mes se había convertido en una
auténtica proeza para él. Por suerte, esta vez no tardó en dormirse.
Se desveló antes
de que le avisase el despertador. Todavía acostado, se giró de lado en la cama
y de nuevo, quedó vencido por su desolación, volviendo a romper a llorar al ver
que a su lado ya no dormía su mujer, recientemente fallecida. No podía soportar
la idea de que ya no iba a despertarse jamás con sus enérgicos besos ni iba a
contemplar nunca más su dulce sonrisa y sus preciosos ojos azules.
Este era el
motivo principal de aquellas vacaciones; ambos necesitaban cambiar radicalmente
la rutina diaria para intentar sentirse algo mejor tras aquella terrible
pérdida para ambos. Pasar el tiempo en el trabajo, en el instituto o en casa,
significaba pensar en cada minuto y en cada segundo en ella. Experimentaron por
primera vez en sus vidas el miedo y el dolor que supone el gran cambio a corto
plazo tras perder a un familiar cercano. Unas vidas trastocadas repentinamente
por el impredecible y caprichoso destino. Estando en aquel fantástico lugar,
Marc pensó que lograrían evadirse de la tristeza, pero era inevitable dejar de
pensar en ella. Lógicamente, a pesar de haber estado siete largos días en un
lugar paradisíaco junto a su hijo y disfrutando de todo lo que aquel fantástico
sitio le ofrecía, no lograba conseguirlo. Sólo había pasado un mes desde que falleció
y para él, como para muchos, era poco tiempo para pasar página.
Marc intentó
hacer una vida normal pero le fue imposible. Tenía muy claro que era la mujer
de su vida. Con ella tenía un cien por cien de complicidad y pensaba que si
existiese una vida eterna, ella sería sin duda la persona elegida por él para
compartirla. Era como empezar una nueva vida muy diferente, muy distinta a la
idea que vaticinaba en su mente para conseguir que su vida fuese feliz, plena y
satisfactoria.
Él era muy
perfeccionista y persuasivo; si un camino se empezaba a torcer, no cedía ante
nada para que volviera a encauzarse. Su familia y amigos se sentían afortunados
de tenerle en sus vidas porque era un hombre muy hilarante; les transmitía
alegría y ganas de vivir. Además, llegó a ser una persona tremendamente
optimista y luchadora; hacía que cualquier persona de su alrededor se
contagiara gracias a su fantástica actitud. Pero su carácter cambió
repentinamente tras aquel triste suceso. Sin darse cuenta, empezó a creer que
el mundo estaba en su contra y no paraba de pensar en lo injusta que era la
vida. Su autoestima había bajado a valores preocupantes, ya no tenía confianza
en sí mismo y comenzó a comportarse como una persona taciturna.
Marc decidió
levantarse de la cama. Se quitó de encima la sábana empapada en sudor que había
dejado durante las pocas horas que había conseguido dormir y se acercó a la
ventana cuyo doble cristal seguía mojado. Miró a través de ella y observó que
la tormenta ya había pasado. Había dejado a su paso gran cantidad de lluvia,
equiparable a las lágrimas derramadas por él desde el mismo día su pérdida. El
radiante sol ya secaba los considerables charcos al igual que él hacía lo mismo
con sus lágrimas. Apagó el despertador que iba a sonar en cinco minutos e
inconscientemente, volvió a tumbarse en la cama.
Ahora pensaba en
su hijo Nico. Sabía que necesitaba y mucho, su inestimable compañía. Él era la
persona más importante en su vida. Necesitaba su cariño y ahora más que nunca
en estos momentos tan difíciles que ambos estaban viviendo. Este último mes
había sido tanto para su hijo como para él, el peor de su vida. Era incapaz de
centrarse en los estudios y su padre decidió llevárselo con él de vacaciones
para que intentase estar lo mejor posible.
Nicolás era un
chaval de quince años y era moreno como sus padres. Siempre llevaba el pelo
corto y en algunos rasgos como la nariz, la barbilla y los ojos azules, se
parecía más a su madre que a su padre. En la constitución física atlética se
asemejaba más a su padre. Ambos median alrededor de 1,75 metros y seguro que
Nico le superaría en este aspecto ya que le quedaban todavía algunos años de
crecimiento. Ambos eran agraciados físicamente, apuestos, guapos y atractivos.
Marc tenía treinta y cuatro años y desde que su hijo nació, mantuvo el mismo
aspecto: pelo liso y largo hasta la nuca y con una barba mantenida de tres
días. Contrariamente a su padre, Nico demostró una gran fortaleza interna y
demostró una increíble madurez.
Antes de que
Marc fuese al dormitorio de su hijo para despertarlo, Nico se adelantó y llegó
antes al suyo. Pudo ver a su padre tendido en la cama boca arriba y muy
pensativo. Observó que como él, también había empapado las sábanas de sudor y
accedió a preguntarle preocupado:
—¿Has podido
descansar?
Su padre dejó de
mirar el techo del dormitorio y dirigió la mirada hacia él, contestándole:
—Sí, la lluvia me ha
relajado. ¿Y tú que tal?
Mientras Marc
decía esas palabras, Nico se
tumbó al lado de su padre.
—Yo también he conseguido
descansar algo, ¿a qué lugar de este planeta tengo que llevarte para que logres
dormir una noche entera? —le
preguntó finalmente Nico, sonriendo e intentado animar a su padre en aquellos
primeros minutos de la mañana.
—Si en este lugar paradisíaco
no lo consigo, ya me dirás tú dónde... —dijo lamentándose.
Este era otro momento en el que Nico
notaba que su padre necesitaba su ayuda. Cada vez que su padre mostraba efectos
de abatimiento, él intentaba animarle sin cesar hasta que se alejase de los
pensamientos pesimistas. Sabía perfectamente la clase de persona que era su
padre. Estaba convencido de que el cambio en su carácter era pasajero y que con
su ayuda, pronto volvería a ser esa persona idolatrada por él.
—Ya
verás como sí podrás conseguirlo.
Tan
sólo unas pocas palabras de ánimo fueron suficientes para que Marc se sintiese
mejor e incluso bromeara con él.
—¡Vamos Nico! Hay que
levantarse que hoy nos espera un largo viaje y no querrás perderte a los
animalitos de África, ¿verdad? —le
dijo mientras giró la cabeza para mirarle a los ojos.
Ambos sonrieron.
—Bastante animales veo ya en
mi instituto —bromeó.
Ambos volvieron
a sonreír.
—Nos
irá bien estar unos días en África y ver de cerca animales salvajes. Tú siempre
has estado metido en la capital y el único árbol que conoces tiene tres luces:
rojo, ámbar y verde. Venga, levántate y prepárate que después de comer nos
espera el crucero.
Después de esta agradable charla matutina, Marc se
animó y tomó la iniciativa de levantarse de la cama. Ambos se asearon,
desayunaron y se prepararon para abandonar el apartamento; recogiendo sus
respectivas pertenencias y haciendo sus maletas.
Una
vez los dos estuvieron listos para marcharse, cerraron la puerta de su
provisional y lujoso alojamiento de una semana y bajaron a la planta baja. Una
vez allí, le dieron las llaves al simpático portero y se despidieron de él. Al
salir del bloque de apartamentos, fuera les esperaba un taxi del lugar que les
llevaría al puerto marítimo donde allí mismo comerían antes de tomar el barco.
Nada más llegar, buscaron un restaurante cercano a
aquella zona que le gustase a Nicolás. Éste eligió una pizzería y rápidamente
se sentaron en una mesa de la terraza, miraron la carta y pidieron sus pizzas
preferidas. No tardaron más de diez minutos en terminar de degustar ese
preciado manjar para ellos. La última noche no probaron bocado debido a sus
estados de ánimo y aquel mediodía se saciaron bien. Seguidamente, tomaron el
postre, pagaron y decidieron dar un paseo antes de subir al barco para bajar la
comida y hacer tiempo hasta la hora del embarque.
Estuvieron paseando por la zona del puerto pesquero
y visitando alguna de las tiendas de souvenir del lugar. A falta de una hora
para que el barco zarpase, decidieron ir a buscarlo. En ese momento, Marc sacó
los billetes y leyó en voz alta su nombre:
—Nico,
hay que buscar un crucero con nombre: Ohlepse II. Aquí pone que está en
el muelle once.
—Que
nombre más raro —opinó.
Ambos buscaron la embarcación por todo el muelle
pero para sorpresa de ambos, no había forma de encontrarlo. Con cierto nivel de
preocupación, decidieron ir a una oficina de información y venta de billetes
del puerto marítimo para preguntar por él. Una vez allí, tuvieron que hacer
quince minutos de cola, hasta que les llegó el turno.
—Buenas
tardes, ¿habla español?
—Sí,
señor.
—Por
favor, ¿un crucero llamado Ohlepse II con destino Dakar?
La chica que trabajaba en ese momento en
información, estuvo mirando un par de minutos la lista de salidas de las
embarcaciones. Finalmente, le dijo a Marc con acento portugués:
—Señor,
no hay ningún barco con el nombre Ohlepse II, ni siquiera tengo constancia de
que hoy salga un barco a África.
Marc y Nico se sintieron muy preocupados ante tal
información. Ahora habló Nico y le preguntó a la chica que les atendía:
—¿Está
segura? ¿Ha mirado bien?
—Sí
claro, ¿y ustedes están seguros de que hoy es el día del embarque?
Marc
sacó los billetes, los miró de nuevo y se los enseñó a la chica, diciéndole:
—Mire,
estos son los billetes. La fecha de salida coincide con el día de hoy. He ido
al muelle que está escrito en ellos, pero el barco no se encuentra allí —dijo
Marc algo nervioso.
—Lo
siento señor, pero no puedo ayudarle. Vaya de nuevo al muelle descrito y
pregunte por la zona. El siguiente por favor.
—Esta
bien, seguiremos buscando. Gracias de todos modos.
Ambos se dirigieron al muelle una vez más y
mientras, comentaron aquel incidente:
—¿Cómo
es posible que no tengan registrado el barco en información? —preguntó Nico.
—Espero
que sea un error y lo encontremos —dijo preocupado.
Los dos empezaron a buscar el barco de nuevo.
Miraron por todos los puntos de embarque e incluso por otros muelles y
preguntaron a la gente que encontraban a su paso si lo habían visto o lo
conocían, pero no obtuvieron respuesta positiva alguna. Tras veinte minutos de
nerviosismo e incertidumbre, su búsqueda fue satisfactoria y lograron
encontrarlo. El barco no se encontraba en el muelle mostrado en los billetes de
embarque.
—¡Ahí
está, el Ohlepse II! —dijo
Nico señalando al barco.
—Sí,
ese debe de ser —dijo Marc resoplando, exteriorizando su alivio—. Que pequeño
es... —opinó finalmente para su asombro.
Ambos quedaron decepcionados ante aquel barco ya que se esperaban una
embarcación más considerable. En los folletos de información de la
agencia de viajes, mostraba claramente que en esta segunda parte de las
vacaciones la iban a realizar a través de un crucero y se esperaron algo de más
calidad. No obstante, se alegraron porque de este modo, sabían que no habría
muchos pasajeros a bordo, teniendo la oportunidad de realizar un viaje más
tranquilo y relajado.
Aquella
era una embarcación con velas y con motores complementarios. En su interior
albergaba un total de treinta camarotes de los cuales la mitad, eran
individuales. Mientras se iban acercando hasta él, pudieron observar cómo la
bandera brasileña ondeaba tanto en la parte de proa como en la popa y el nombre
de aquel barco escrito en color rojo en el casco, Ohlepse II, encima de cuatro
letras del alfabeto griego: εερμ. Aquellos caracteres y símbolos les
llamaron la atención porque se percataron que su pintura brillaba como si las
hubiesen pintado ese mismo día, pero no le dieron importancia. Al llegar hasta
él, observaron que algunas personas ya estaban subiendo al barco y saludaban a
la entrada a un hombre uniformado. Otras, ya habían subido y esperaban en la
cubierta. Aquel hombre portaba una lista en sus manos con los pasajeros y los
iba marcando con una pluma conforme iban subiendo.
Marc
y Nico llegaron a la entrada del barco. Aquel hombre les ofreció la mano para
saludarles y les dijo:
—“Boas
tardes”.
Marc
asintió con la cabeza dando las gracias por el saludo, le estrecharon la mano y
sonriendo le dijo:
—Marc
y Nicolás Oliver.
El
oficial marcó sus nombres y les volvió a hablar:
—Bienvenidos
al Ohlepse II. Soy el primer oficial. —les dijo tras comprobar cual era sus
nacionalidades.
Con
las maletas en la mano, subieron al barco y esperaron en cubierta hasta nueva
orden para ocupar su camarote. Mientras tanto, iban viendo a las pocas personas
que faltaban por embarcar cómo subían al barco y pudieron observar que sus
pasajeros era gente de diferentes nacionalidades. A pesar de que el barco
disponía de treinta camarotes, no tuvieron la sensación de que allí hubiese subido
tanta gente.
Mientras
los pasajeros y la tripulación del barco iban llegando, ocurrió un hecho
inesperado y que pronto les podría traer ciertos problemas: un buceador, un
hombre desconocido consiguió subir al barco sin que nadie lo viese. Entró
sigilosamente y con la ayuda de un pequeño plano, se ocultó entre las bodegas.
Todo
y todos estaban listos para comenzar aquella travesía. Sin mas demora, sonó la
bocina del Ohlepse II y comenzaron a navegar. Un total de diecisiete personas,
entre tripulación, pasajeros y aquel hombre infiltrado, fueron los componentes
que embarcaron en aquel misterioso barco con destino África.
¿Por qué el misterioso barco no está registrado en información?
¿Qué significaran esas letras griegas que parece ser que están recién pintadas?
También el nombre del barco está recién pintado, ¿Tendrá algún significado el nombre "Ohlepse II"?
No te pierdas el próximo capítulo.
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