2
Un extraño fenómeno
No quedaba ni rastro de la tormenta que pasó
la madrugada anterior por aquella magnífica ciudad turística. En ese momento de
la tarde, el sol brillaba con toda su fuerza y no existía nube alguna en el
horizonte. El día acompañaba pues, con un excelente clima favorable para
navegar y las previsiones meteorológicas vaticinaban que varios anticiclones
les iban a acompañar durante toda aquella travesía.
Dakar era el
destino de aquel barco para que sus pasajeros disfrutasen de la que para
algunos, era la segunda parte de sus vacaciones. Con una velocidad media de
veinte nudos, el tiempo aproximado del viaje en aquella embarcación era de tres
días y la estancia en el continente africano era de cuatro. El objetivo
principal era visitar safaris de varios países, además de enriquecerse de su
fantástica cultura.
Gracias a la
ayuda de los pocos empleados del barco, los pasajeros del Ohlepse II se iban
acomodando en sus respectivos camarotes. A todos les comunicaron personalmente
que en una hora debían que estar listos en el salón principal para asistir a
una primera presentación antes de la cena. Al único que todavía no habían visto
por la embarcación, fue al capitán.
Marc y Nico
entraron en su camarote común y una vez en su interior, pudieron ver extrañados
que encima de sus catres reposaba un chaleco salvavidas en cada uno de ellos.
Nico hizo un comentario al respecto:
—¿Este es el caramelo de bienvenida?
—bromeó.
—¿Qué hacen aquí encima estos
chalecos?
—No sé, pero da mal rollo. Es como
si entras a un avión y bajan la mascarilla del oxigeno antes de despegar...
—Vaya camas más
estrechas. Desde luego, éste
no es el barco que aparece en el folleto de la agencia de viajes.
—Que raro... Quizá no haya hecho
falta un crucero para la poca gente que somos y la agencia de viajes haya
preferido utilizar otro barco más pequeño. ¿Qué hago con estos chalecos?
—Guárdalos en el armario —dijo Marc
sin añadir nada más sobre el tema que estaban hablando.
Nico hizo caso a su padre y ambos deshicieron
las maletas para pasar allí tres noches antes de llegar a su destino. Una vez
concluyeron dicha tarea, Marc se sentó en uno de los catres, se puso cabizbajo
y con los ojos llorosos comentó:
—Por fin vamos a visitar
África, a tu madre le hubiese gustado ver este continente, le encantaba.
De nuevo, Marc
mostraba síntomas de nostalgia. Otra vez empezaba a añorar a su esposa
fallecida y cada acción que realizaba sin ella, echaba de menos la sensación de
compartir la vida y experiencias, porque para él, su mujer era mejor que la
chica de sus sueños, porque ella, era real.
—Lo sé, pero no llores que
nos podemos poner a dúo y nos oirían en todo el barco —dijo Nico con una media sonrisa,
mientras se sentaba a su lado y le puso la mano en el hombro a su padre.
—Realmente sé que no debo de
estar así más tiempo. Pero me vengo abajo cuando pienso que en esta vida
debemos de pasar por las pérdidas esperadas y por las que son peores y no se
las deseo a nadie, las inesperadas.
—Papá, ambos lo estamos
pasando mal pero hay que ser más optimistas. Te recuerdo una frase que me
dijiste y no parabas de recordarme cuando yo no estaba bien: si eres optimista
en tus pensamientos, avanzarás.
—Optimismo hijo, optimismo...
Algún día el optimismo llegará a ser una virtud, acuérdate también de esta
frase.
A Nico le
incomodaba la actitud que había tenido su padre en ese momento y en otras
muchas ocasiones este último mes. Sin embargo, sabía que por muy poco que lo
animaba, salía adelante.
—Pues papá, créeme cuando te
digo que tú tienes muchas y muy buenas virtudes...
Marc se secó las
lágrimas, levantó la cabeza, miró a los ojos a su hijo y mientras ambos
empezaron a reírse al mismo tiempo tras aquella última frase, Nico pretendió
bromear con su padre e intentó agarrarle con la intención de tumbarlo en
aquella cama estrecha, pero Marc logró sujetarle las manos tras la espalda y lo
echó en su catre boca abajo, como si fuese un delincuente cual reducir. Nico se
intentó defender pero su padre le hizo una llave que lo inmovilizó por
completo.
—Ya verás cuando crezca un poco
más... —dijo Nico con dificultades al tener la boca casi tapada en el catre
mientras se reía.
—Eso habrá que verlo chaval... —dijo
su padre sonriendo mientras lo soltaba.
Después de la
aquella desnivelada lucha por la supervivencia del más fuerte, decidieron que
ya era el momento de vestirse para la presentación.
Ambos se
prepararon y fueron hacia el salón principal. Llegaron allí y se quedaron de
pie esperando en un lateral de la sala, donde lentamente iban llegando todos
los pasajeros que faltaban al encuentro.
Marc se quedó
observando a una bella mujer que entró junto a una niña que parecía su hija. A
simple vista, intuyó que aquella mujer rondaba su edad y le llamó la atención
porque en algunos rasgos físicos le recordaba a su esposa. Medía alrededor de
1,65 metros y tenía el pelo moreno, largo y liso. Lucía unos preciosos ojos
negros y portaba un bonito vestido veraniego con un estampado floral. Aquella
mujer empezó también a observarle. Los dos mantuvieron la mirada varios
segundos pero permanecieron con el rostro serio. Enseguida se dejaron de mirar.
Por fin el
capitán hizo su primera aparición. Éste fue el último en entrar en el salón, se
situó entre sus empleados que le esperaban de pie en formación y empezó a decir
sus primeras palabras a los pasajeros:
—Buenas tardes. Bienvenidos
al Ohlepse II —dijo seriamente
con acento portugués y cogió aire para seguir hablando—: Me llamo Joao
Ngo, soy senegalés y soy el capitán del barco. Espero que su estancia sea la
más agradable posible. Nuestro destino es Dakar y el tiempo estimado en llegar
es algo más de tres días. A vuestra disposición, están mis compañeros y
tripulantes de esta travesía que seguidamente procederé a presentar: Marcelo,
es nuestro primer oficial —dijo
poniendo la mano en su hombro y posteriormente, hizo lo mismo con los demás—. Marco, es nuestro cocinero
y Juan Carlos, es el jefe de máquinas.
El capitán
siguió mostrándose muy serio y habló rápidamente como si tuviera prisa en
terminar. Todos le escucharon atentamente y a la gran mayoría le llamó la
atención la juventud de éste y porque no llevaba puesta la chaqueta del
uniforme. Como era obvio y debido a su origen, su piel era color negra. Medía
alrededor de 1,65 metros y tenía el pelo negro, corto y rizado.
A pesar de que
el oficial apuntó a todo aquel que iba entrando en el barco, el capitán Joao
accedió a pasar de nuevo lista para asegurarse de que todos estuvieran a bordo.
Parecía que estaba obsesionado en que nadie faltase en aquella travesía. Uno
por uno, fue mencionando los nombres de todos los pasajeros para que se
presentaran ante él.
Pasó algo
curioso en la presentación cuando llegó el turno de la niña que iba con su
madre. El capitán se agachó para saludarla y la niña pudo ver un medallón que
sobresalía de su camisa blanca, llamando la atención de ésta:
—¡Qué bonito! ¿Dónde lo has
comprado?
Aquel medallón
estaba formado por dos octógonos en su parte exterior, uno dentro de otro y en
su parte central podía distinguirse claramente el símbolo de la vida, justo
debajo de una doble letra “T”. El medallón descrito tenía esta imagen:
El capitán se
incorporó rápidamente, volviéndose a meter el medallón en su camisa y no dijo
absolutamente nada al respecto. Siguió con su rostro serio y se puso algo
nervioso tras las palabras de aquella niña. Enseguida, procedió a seguir con el
nombramiento de los pasajeros hasta que llegó al último.
Los pasajeros y
los tripulantes de aquel barco estaban compuestos por personas de diferentes
nacionalidades: ocho españoles, dos estadounidenses, un chino, un japonés, el
oficial brasileño, el jefe de máquinas chileno, el cocinero italiano y el
capitán senegalés. Todos estaban a bordo. De
nuevo, dio la sensación de que el capitán quería terminar cuanto antes aquel
encuentro con los pasajeros y les dijo sin más demora que a las nueve les
esperaba para la cena. Todos se mostraron tímidos al principio y todo indicaba
que iban a esperar a aquella primera cena para empezar a establecer
conversaciones entre ellos.
Después de este
primer encuentro, Marc y Nico llegaron de nuevo a su camarote. Nico no pudo
esperar más y le comentó a su padre:
—¿Qué me dices de la mujer
del vestido con estampado de flores? Te has fijado, ¿no?
—Nico, no estoy para ligar en
estos momentos —le contestó
seriamente.
—Ya papá, pero alguna vez
tendrás que superar lo de mamá, no querrás seguir el resto de tu vida solo.
Cada vez te veo peor y no te digo que te cases con ella, pero sí que te abras
socialmente a otras personas.
—Lo sé, pero no me siento con
fuerzas para nada.
Marc apenas
había empezado a superar el fallecimiento de su mujer. Para él, no había nadie
que superase su extraordinaria humanidad, personalidad y belleza. Ella era una
mujer perfecta para él. Inconscientemente, pensaba que no habría mujer que se
le pareciera, que no sería posible encontrar a otra persona de iguales o
similares características que le llenase tanto y le hiciera una persona tan
feliz como él era antes de que ella marchara.
—Vamos papá. Que
aunque no vayas de ligue, deberías vestirte como lo que somos, una familia
guapa.
—Lo dirás por ti, porque yo
tengo una cara de cansancio que podría actuar de extra en una película de
zombis —ahora bromeó y añadió
sinceramente—: pasaría de esta cena y me tumbaría en el catre hasta que
llegásemos a África.
—Va que sólo cenamos y
enseguida regresamos al camarote. Pero por lo menos cenamos, que yo estoy
hambriento... —dijo poniéndose
una mano en su tripa.
Ambos
descansaron en el camarote y cuando llegó la hora, Marc accedió a las palabras
de su hijo; se pusieron medianamente elegantes y fueron al salón principal. Una
vez allí, observaron que en cada lugar en la mesa había un papelito con el
nombre de cada uno de ellos.
Fueron llegando
todos y casualmente, a Marc le tocó sentarse al lado de la mujer del vestido
con estampado de flores que, para esta ocasión, llevaba un vestido negro más
elegante. Nico, obviamente, el papelito le situó al lado de su padre.
Todos los
pasajeros y tripulantes del barco, excepto el capitán, asistieron a aquella
cena, y antes de empezar, el primer oficial se lo comunicó:
—Buenas noches. Tengo que
informaros que el capitán no puede asistir y compartir con vosotros la cena de
esta noche. De su parte, os desea una cena agradable. Adelante, ya podéis
empezar —dijo finalmente
señalando a los platos que había en la mesa.
Los empleados
del barco se sentaron junto a ellos y todos comenzaron a coger comida hacia sus
platos. Nico, que parecía que esa mujer del vestido negro le gustaba para su
padre, le dio un pequeño toque con el codo en el brazo a Marc con la intención
de que empezase a establecer una conversación con ella. Un poco nervioso, Marc
accedió a decirle algo a aquella mujer:
—Buenas noches, ¿qué tal?
—Bien gracias —dijo la mujer sonriendo
tímidamente.
—Me llamo Marc, ¿y tú?
—Julia... y esta es mi hija
Iris, tiene nueve años.
—¡Qué guapa! Y que nombre tan
bonito... —dijo Marc
mirando a la niña y decidió presentar también a su hijo—. Este es mi hijo Nico, y está en la
edad del pavo.
Los cuatro
sonrieron tras esa frase y sin más empezaron a degustar la comida. Siguieron
conversando durante toda la cena y estuvieron hablando con todos sobre
diferentes temas sin ahondar mucho de sus vidas personales. Marc comentó que
era policía municipal de Madrid y Julia enfermera en paro de Valencia.
Además,
empezaron a conocer a los demás integrantes del barco: Álvaro, un hombre
interesante de cincuenta y un años. Era español al igual que Ander, Leo y
Verónica. Las demás personas eran de otros países como la joven pareja
estadounidense formada por Daniel y Elizabeth. También conocieron a los
estudiantes Riku, que era Japonés, y a Wei, de nacionalidad China. Los
tripulantes del barco fueron anteriormente presentados por el capitán.
Curiosamente todos hablaban español, debido a su lengua materna o de forma
aprendida, fue el idioma empleado para todas las conversaciones.
Durante toda la
cena, el capitán se mantuvo al margen del grupo ocupando su puesto de mando,
momento en el que el individuo que entró de forma infiltrada en el barco,
aprovechó para llegar sin problemas hasta el camarote del capitán. Empezó a
rebuscar por los cajones y encontró varias joyas, relojes, reales brasileños y
unos cientos de euros. Nada de eso le interesó y siguió buscando. Parecía que
quería hallar algo en concreto. En uno de los cajones que abrió, encontró algo
que le sí le agradó. Cogió una hoja que había en su interior, la introdujo con
cautela en un plástico que llevaba consigo para protegerla y se la guardó.
Justo en ese instante, pudo escuchar unos pasos fuera del camarote y se
escondió detrás de la puerta. Era el capitán. Éste entró en su camarote, se
quitó la camisa blanca que llevaba y dejó su medallón en una mesa para rociarse
desodorante. El hombre que estaba escondido detrás de la puerta pudo ver aquel
medallón. En ese momento aquel tipo se llevó la mano a la espalda con la
intención de sacar su arma, una pistola semiautomática 9mm, pero finalmente
recapacitó y optó por pasar desapercibido por aquel barco. Por suerte para el
capitán, volvió a coger el medallón y se lo colgó de nuevo en su cuello. Se
puso una camisa limpia y volvió al puesto de mando. El hombre desconocido, se
aseguró que no hubiera nadie en los pasillos, salió de aquel camarote
sigilosamente y volvió de nuevo a esconderse en las bodegas.
Después de
aproximadamente una hora de cena, Marc y Nico fueron los primeros en levantarse
de sus asientos para ir a descansar a su camarote. Los demás pasajeros del
barco no tardaron mucho más tiempo en hacer lo mismo. Al parecer, no había
nadie que tuviera fuerzas para seguir charlando pues necesitaban descansar.
Todos los
pasajeros y la tripulación del barco ya estaba durmiendo en sus respectivos
camarotes y la noche avanzó sin sobresalto alguno. Como de costumbre en aquel
último mes, Marc apenas pudo pegar ojo, no paraba de pensar en su mujer y en
las extrañas circunstancias en las que falleció.
Llegó el segundo
día de viaje y medida que se iban despertando, fueron desayunando en el salón
principal. Unos pasaron la mañana paseando por el barco o tomando el sol en
cubierta, otros prefirieron quedarse en sus camarotes. La hora de comer se les
echó pronto encima para muchos porque se levantaron tarde y a pesar de que esta
embarcación no se la podía calificar como crucero, todos se sorprendieron al
ver que ningún empleado del barco les indicaba que había un horario establecido
para comer como ocurre en los cruceros tradicionales. Así que los pasajeros decidieron
fijar una hora para comer y otra para cenar para que el cocinero Marco no
estuviera cocinando a todas horas. De nuevo, el capitán se mantuvo al margen y
todos se conocieron un poco más durante aquella comida. En esas convivencias,
Marc y Nico tuvieron más afinidad con el español Álvaro, con Julia e Iris, con
la estadounidense Elizabeth y con su novio Daniel, ya que éste último también
era policía, concretamente mosso d´escuadra de Barcelona.
Pasó el segundo día en aquel barco y llegó
noche. Todos seguían disfrutando de la travesía y ésta continuó siendo
tranquila como en todo el trayecto pero, durante aquella madrugada, mientras
todos estaban descansando en sus respectivos camarotes la embarcación empezó a
balancearse bruscamente, despertando a la mayoría de los pasajeros. Éstos
salieron alarmados al salón principal y preguntaron por lo sucedido.
—¿Se puede saber qué ocurre? —preguntó Leo, uno de los
españoles.
El primer
oficial llegó en esos momentos al lugar donde estaban para tranquilizarlos y les
dijo:
—No os preocupéis, estamos
pasando por una zona de fuerte oleaje, nada más. Volved a vuestros camarotes,
por favor.
EL oficial
volvió enseguida al puesto de mando con el capitán después de informar sobre lo
ocurrido a las personas que salieron de sus camarotes sobresaltadas. El barco
empezó a balancearse cada vez más fuerte y se comenzaron a escuchar unos
fuertes ruidos como si el armazón o alguna parte del barco crujiese. Vieron
cómo los vasos y cubiertos que quedaron en la mesa tras la cena de aquella
noche se iban cayendo al suelo. Los presentes en el salón principal no podían
disimular su estado de preocupación y gracias a la ausencia del personal del
barco, propició para que alguno hiciera algún comentario sobre lo que estaba
sucediendo:
—¿Fuerte oleaje? Para mí que
este capitán no tiene ni idea de navegación —opinó Ander.
—Sí, además parece demasiado
joven para ser un capitán —opinó
también Álvaro.
Al cabo de
varios minutos, el barco volvió a estabilizarse y a navegar suavemente. Todos
decidieron entonces, seguir descansado en sus respectivos camarotes. Parecía
que todo había quedado en un pequeño susto.
Llegó el tercer
día de travesía y como ocurrió el día anterior, la hora de comer les llegó
pronto. En esta ocasión, los tres empleados del capitán decidieron comer a
parte de los pasajeros. Una vez terminaron, decidieron tomarse algo de tiempo
libre y fueron a tomar el aire a cubierta. Mientras estuvieron conversando y
fumaban algo de tabaco, vieron algo extraño en la parte de proa que les llamó
la atención. Los tres se acercaron lentamente y de entre varias cajas y
barriles, apareció aquel hombre misterioso que había entrado de forma
infiltrada en el barco. Surgió frente a ellos sorprendiéndolos con una pistola
en la mano y apuntándoles. Los tres empleados se quedaron totalmente asombrados
e inmóviles. Levantaron las manos y aquel hombre les habló:
—“Bring me the captain!” (Traedme
al capitán).
Con miedo a lo que aquel hombre
pudiera hacer, actuaron con prudencia.
—Tranquilícese, por favor —dijo Juan
Carlos que era el que se encontraba menos nervioso.
Marcelo, sin decir nada, le entendió
y obedeció. Preocupado y exaltado, emprendió con rapidez el camino que
le separaba hasta el camarote del capitán. Tanto que, golpeó sin querer a
varios pasajeros mientras iba atravesando los pasillos y tiró varias cajas que
le impedían avanzar con velocidad. Los empleados que quedaron en cubierta,
intentaron hablar con aquel hombre para que se tranquilizase. Los demás
pasajeros que estaban en ese momento fuera de sus camarotes, se sorprendieron
al ver al oficial que bajaba de
cubierta alterado y nervioso. Debido a ello, subieron curiosos para ver lo que
estaba ocurriendo allí arriba.
Sin llamar a la puerta del camarote del capitán, el
oficial la abrió bruscamente, empujándola con fuerza. El senegalés se
encontraba descansado en su confortable cama y se levantó sobresaltado. El
oficial, casi sin aliento le dijo:
—¡Capitán!
¡Hay un hombre de habla inglesa en cubierta que no venía en la lista de los
pasajeros y pregunta por usted! Lo hemos rodeado y le estamos intentando
tranquilizar pero no dice ni una palabra. Lo peor de todo es que lleva una
pistola y nos está amenazando.
Cuando el oficial le contó esta noticia al capitán,
éste se quedó estupefacto y con cara de absoluta preocupación. Creyó saber
quién podría ser aquel hombre. Se puso muy nervioso y tardó algún segundo en
reaccionar hasta que propinó unas palabras:
—¡Oficial, hay que capturarlo! ¡Vivo
o muerto! Y si es muerto, ¡mejor!
Al escuchar estas palabras el oficial
se quedó desconcertado. No comprendía el grado de preocupación del capitán al
enterarse de que un individuo estuviese con ellos en aquella travesía. El
capitán sacó un revólver de un cajón doble de su camarote parecida a la del
hombre infiltrado y sin mas demora, corrieron para llegar a cubierta.
Una vez allí, pudieron observar que
todos los pasajeros del barco, excepto las mujeres y la niña, se encontraban en
el lugar de los hechos. El individuo estaba en un extremo de la proa del barco
moviendo su pistola de lado a lado con la intención de disparar a quién se le
acercase. No parecía nervioso, con lo cual, daba a entender que no sería la
primera vez que utilizaba un arma. El norteamericano Daniel y Marc, habían
vivido varias situaciones similares por sus profesiones y sabían qué hacer en
estos casos extremos. Intentaron establecer una conversación en inglés con el
intruso pero éste no estaba por la labor de responder a ninguna pregunta y sólo
parecía tener interés por hablar con el capitán. El aludido, optó por acercase
más que el resto al individuo con la intención de establecer una conversación,
antes que llegar a utilizar su revólver que llevaba bien guardado en la parte
trasera de sus pantalones.
—“Hello¡ My captain” —dijo el
individuo en inglés, sonriendo y con un cierto tono burlesco (¡Hola! Mi
capitán)—. ¿Te sorprende verme aquí? —dijo finalmente en español con acento
inglés.
El capitán mostraba un rostro serio
y le caían gotas de sudor debido a la carrera hasta allí y por la tensión del
momento. Estuvo unos segundos pensativo antes de intentar articular alguna
palabra. De repente, abrió totalmente sus oscuros ojos como síntoma de sorpresa
porque pareció recordar quién era aquel hombre y a los demás les dio la
sensación de que aquellos dos ya se conocían de antes. En ese momento el
capitán sabía que no había nada que hablar con ese tipo y no dudó en ponerse la
mano en la parte de atrás con la intención de sacar su arma sin pensar en las
consecuencias que podía traer un tiroteo entre tanta gente inocente.
Justo en aquel momento, ocurrió algo
extraordinario. Una especie de enorme sombra empezó a cubrir lentamente el
barco por la parte de proa. Todos los pasajeros y tripulantes que se
encontraban en aquel instante en cubierta, empezaron a mirar hacia arriba como
si esperasen ver algo que tapase el sol. Como si de un eclipse se tratara, la
oscuridad empezó a avanzar por donde estaba el hombre desconocido y
paulatinamente, fue avanzando por el barco. La sensación de oscuridad no era
absoluta porque reflejaba la luz del sol que iluminaba el horizonte. A medida
que iba avanzando la sombra, una ligera niebla fue apareciendo ante sus ojos.
Todos permanecieron parados y sin saber qué hacer. Parecía que nadie sabía lo
que estaba ocurriendo y nadie supo que decir al ver aquel extraño fenómeno.
Hace unos segundos no había ni una nube a cientos de kilómetros de distancia y
de repente, no pudieron ver el sol. A pesar de que no existía un oleaje
demasiado agresivo en el mar, el barco empezó a balancearse y cada segundo que
avanzaba lo hacía con más fuerza y de forma gradual.
El capitán, miró atónito lo que
estaba presenciando y decidió no coger su arma. Sin esperar ni un segundo más y
para sorpresa de todos, empezó a bramar:
—¡Debemos evacuar el barco! ¡Recoged vuestras pertenencias,
poneos los chalecos salvavidas y subid a los botes! ¡Rápido!
Los viajeros se quedaron
tremendamente asombrados y asustados ante la reacción del capitán. No entendían
por qué ahora debían de dejar a aquel individuo armado suelto por el barco y
además parecía que tenían que abandonar la embarcación. Muchos le preguntaron
inmediatamente por qué debían hacer una cosa así pero el capitán no respondió a
nadie, yéndose hacia el interior del barco. Todos le hicieron caso e ignoraron
al hombre desconocido dejándolo allí solo, como si no estuviera. Éste también
se quedó atónito ante lo que estaba presenciando. Se quedó totalmente
paralizado y dejó de amenazarles con el arma. Debido a la repentina reacción
que tuvo el capitán, parecía que él era el único que entendía algo de lo que
estaba sucediendo.
Los pasajeros fueron detrás del
capitán para dirigirse a sus camarotes y siguieron preguntándole qué era lo que
estaba ocurriendo, pero éste les ignoró y siguió mostrándose reacio a
establecer una conversación con cualquiera y continuó su camino hacia la cabina
de mando sin decir palabra alguna.
Cerraron la puerta de cubierta para
que el individuo infiltrado no accediese al interior del barco. Justo en aquel
momento, la sirena de emergencia comenzó a sonar y se empezó a escuchar un
mensaje grabado en la megafonía de la embarcación que decía lo siguiente:
“Atención, esto es un mensaje de emergencia, evacuen el barco inmediatamente.
Pónganse el chaleco y diríjanse a los botes salvavidas situados en cubierta”. El
mensaje se repetía una y otra vez al mismo tiempo que la sirena estaba activa.
Todos mostraban mucho miedo y nerviosismo ante tal situación extrema. Tal y
como les dijo el capitán, se pusieron los chalecos salvavidas que había en sus
camarotes y recogieron sus pertenencias. Rápidamente, accedieron al plan de
evacuación descrito anteriormente por el capitán y por el mensaje de megafonía.
Los empleados del barco abrieron la
puerta que accedía a cubierta y se cercioraron de que aquel individuo que
dejaron libre no fuera una amenaza para nadie. No lograron encontrarlo y todos
salieron a cubierta. Aquella misteriosa sombra ya había cubierto totalmente el
barco. Con relativa orden y rapidez, todos los pasajeros y tripulantes iban
subiendo a los botes salvavidas.
Existían dos botes con capacidad
para un máximo de diez personas cada uno. Muchos se quedaron sorprendidos al
ver que sólo podían ser evacuadas como mucho veinte personas cuando había
muchos más camarotes en aquel barco. Uno de ellos, lo iba a dirigir el primer
oficial y otro el capitán. En ambos se escucharon de nuevo preguntas de por qué
debían evacuarlo. Existía una profunda preocupación en aquellos delicados
momentos porque no veían tierra por ninguno de los puntos cardinales. El barco
seguía balanceándose con violencia. En uno de los botes el español Ander no
quería subirse hasta que no le explicase el capitán que era lo que estaba
ocurriendo y por qué debían de abandonar aquella embarcación tan repentinamente.
Justo
en aquel momento, el barco empezó a inclinarse como si estuviese atravesando
una especie de escalón y al cabo de varios segundos, se escuchó un fuerte
crujido. El barco se estaba empezando a partir en dos.
—¡No hay tiempo! ¡Sube! —gritó el
capitán a Ander.
Sin decir ni una palabra más y al
comprobar que ya no había otra opción posible, Ander subió con rapidez al bote
impresionado ante lo que estaba sucediendo. Después de que el barco atravesase
lo que parecía un escalón, volviera a su posición horizontal y dejara de
balancearse bruscamente, el capitán dio la orden de bajar los botes al mar. No
tuvieron dificultad en hacerlo.
Se situaron en el mar y empezaron a
remar para alejarse de aquel barco que tenía una importante grieta y empezaba a
entrarle agua. Para sorpresa de todos, ahora el poco oleaje que existía empezó
a remitir, quedando el mar en una relativa calma, a la vez que empezaron a ver cómo lentamente algunos
rayos de sol iban incidiendo sobre ellos hasta que aquella misteriosa sombra
desapareció por completo. Cuando ya estaban a una prudente distancia de
seguridad, dejaron de remar y observaron atónitos y apesadumbrados cómo la
embarcación que tenía que haberles llevado hasta África, se estaba hundiendo
ante sus ojos sin que ellos pudiesen hacer nada por impedirlo.
Justo antes que se hundiera por
completo, vieron cómo el hombre desconocido de habla inglesa saltaba del barco.
La mayoría de las personas de los botes se pusieron de pie para observar si
aquel hombre había sobrevivido, pero no lograron ver anda. Muchos de ellos
miraron al capitán y casi a la vez le dijeron:
—¡Tenemos que ir a buscarlo!
El capitán movió la cabeza de un
lado a otro con un rostro serio para dar a entender que no era buena idea y
ordenó que empezaran a remar de nuevo en dirección opuesta al barco. Todos le
hicieron caso y no rechistaron demasiado ya que aquel individuo les había amenazado con un arma.
Finalmente y sin que llegara a
partirse en dos, el mar se engulló el Ohlepse II.
Todas las personas que componían
aquel naufragio estaban totalmente desconcertadas y asustadas ante lo sucedido.
El cielo mostraba con esplendor su color azul, la niebla desapareció por
completo y el mar apenas tenía ola alguna. Se habían quedado en medio de la
nada, en dos pequeños botes salvavidas y sin apenas provisiones. Ahora la única
manera que tenían para sobrevivir, era que alguien llegase hasta sus posiciones
y los rescataran o que ellos buscaran tierra para poder sobrevivir algún tiempo
más. Todos le preguntaron al capitán si mandó alguna señal de socorro antes de
lo sucedido, contestando éste afirmativamente.
Los
que remaban en los botes no veían sentido a lo que estaban haciendo y cuando el
capitán vio que dejaban de hacerlo, les dijo seriamente que siguieran remando
de nuevo en dirección contraria al barco hundido. Muchos de ellos confiaban en
que no tardarían en ser rescatados pero se mostraron muy nerviosos ante la
delicada situación en la que se encontraban. Otros, culpaban al capitán de lo
sucedido sin ningún argumento de peso.
Marc y Nico permanecieron juntos en
todo momento. No podían creer por lo que estaban pasando. Lo que parecía unas
vacaciones tranquilas, se convirtió en un naufragio y en una lucha por la
supervivencia. Estando allí, en medio del mar, prácticamente a merced de las
corrientes oceánicas, no podían disimular que estaban asustados y con miedo por
lo que les podría pasar a partir de ahora.
Sólo pasaron diez minutos desde que
empezaron a remar cuando Leo se puso de pie en el bote salvavidas y sobresaltó
a todos cuando gritó:
—¡Veo tierra! —dijo señalando el
horizonte.
Todos se levantaron para ver hacia
donde indicaba su dedo índice y empezaron a sonreír y a abrazarse. No era para
menos, habían encontrado tierra y estaban salvados. Desde su posición, podían
divisar que podría tratarse de una isla. Aquel hallazgo suponía poder
sobrevivir más tiempo, pero se encontraban en manos de lo que aquel lugar
desconocido les pudiera ofrecer.